En mi plaza se aplaude a las ocho. Desde el inicio de la pandemia, un vecino del bloque de en frente, con una pancarta que reza «sanidad pública 100%» pone música a las 19:55h, puntual como un reloj. A las 20:00h, se inician los aplausos desde las ventanas, justo después, tras dos meses de confinamiento, se canta el «hola don pepito» entre bloques dirigido por una vecina de ocho o nueve años. Gritamos «hasta mañana vecinos», y nos vamos a cenar con nuestras familias. Unos días hay más gente, y otros días menos, pero todas las tardes, en mi plaza se aplaude a las ocho.
Cuando comenzaron las movilizaciones fascistas (vamos a llamar, al menos aquí, a las cosas por su nombre), lo cierto es que mi preocupación fue notable. Es bastante peligroso que un movimiento de ultraderecha organizado y financiado por un sector del empresariado de este país desobedezca el estado de alarma de forma tan flagrante, para tratar de exigir la dimisión de un gobierno democraticamente electo. Pero lo cierto es que en las primeras ediciones de esta «revuelta de los pijos» tuvo una respuesta cómica en forma de vídeos virales y parodias musicales sacando lo mejor de nuestro país y nuestro pueblo: la capacidad de hacer humor en las buenas y en las malas.
No obstante, la cosa fue en aumento, y lo del barrio Salamanca se trató de reproducir en otras zonas menos privilegiadas. El debate estaba servido: ¿La libertad individual a manifestarse es prioritaria sobre el derecho colectivo democráticamente electo a la supervivencia ante una pandemia?. De repente, los principales garantes del establishment se convirtieron en los más fervorosos dinamiteros del orden. La enseña nacional se ondeaba para derribar la voluntad democrática del pueblo que pretende representar, y en menos que canta un pollo, tú, que llevas toda tu vida manifestándote por la libertad y los derechos de las trabajadoras, no tienes muy claro dónde está el norte.
Hoy el mundo se divide entre los que aplauden a las ocho, y los que salen a las nueve.
A las ocho se reivindica la labor de los trabajadores esenciales que nos han sacado de esta pandemia. De los profesionales sanitarios que atienden a nuestros enfermos echando horas y horas y llevándose la peor cara de este virus. Expuestas y en primera línea, pidiéndonos tan solo que nos quedemos en casa. Se aplaude la labor de las cajeras de supermercado, de las trabajadoras de Rivamadird, de los transportistas. Se aplaude la comunidad científica internacional, que cada día descubre algo nuevo y que trabaja sin descanso para el control de la pandemiia. Se aplaude por respeto a su trabajo y a su sacrificio, y se aplaude para mostrarles nuestro apoyo y colaboración en estos tiempos tan duros.
A las nueve se exigen dimisiones, se pide acabar con las medidas de la emergencia sanitaria, se habla de conspiración, de mentiras, de engaño y de complots mundiales que orquesta la comunidad científica. Se trata de desestabilizar el gobierno con un dramatismo fingido orquestado por algún señor cubierto por la bandera. Un ETA por allí… un Chávez por allá… El virus campa a sus anchas y la policía no pide un solo carnet ni pone una sola multa. Según el barrio en que sea se oyen más o se oyen menos: cuanto mayor la renta media, más caros los altavoces. En algunos sitios incluso se cuelgan grandes campañaas publicitarias financiadas por el heredero de algún empresario franquista.
Al menos esto es lo que se ve en los vídeos. Yo nunca he estado. Ya os he dicho que en mi plaza, se aplaude a las ocho.
Hoy, sábado 23 de mayo de 2020, las redes se han llenado de imágenes con las calles colapsadas por cientos de coches decorados con la enseña nacional, que entre gritos de «libertad» y «gobierno dimisión», han impedido el tránsito normal de, entre otros, los servicios sanitarios de emergencias, dando como resultados terribles vídeos en los que las ambulancias, en servicio de emergencia, tenían cortado el paso. Hoy, la derecha fascista de este país ha mostrado su rostro más vomitivo.
Y frente a esto, un mensaje colectivo de repulsa ha inundado las redes sociales. En los foros, las críticas a estos imprudentes han sido abrumadoras. El sentido común, y el sentido de lo común ha aplastado en la opinión pública a estos grupúsculos muy ruidosos y con ganas de hacerlo saltar todo por los aires. Hoy he comprobado que somos más las personas demócratas, que somos más las personas solidarias, que somos más las que defendemos la sanidad pública y la salud de nuestros compatriotas, que somos más las que confiamos en la ciencia y en la evidencia. En definitiva: que somos más las que aplaudimos a las ocho, y que cuando nos organicemos, nos unamos, y respondamos juntas desde asociaciones, sindicatos y partidos obreros, ni todas las cacerolas del mundo podrán acallar la voluntad popular.
Gritad todo lo que queráis, que en mi plaza, hoy, se aplaude a las ocho.