Estar permanentemente felices y “ocupadas” en actividades maravillosas…. Son cosas que se nos venden como positivas, posibles, y no hay nada más alejado de la realidad, ni tan siquiera tiene que ver con tener una vida plena. La vida nos deja marcas, nos atraviesan experiencias en algunos casos agradables, placenteras, pero en otros, muy complicadas, difíciles y traumáticas. Ello nos provoca emociones de todo tipo y no hay nada más liberador y sano que dejar que nos atraviesen, sentirlas, reflexionarlas y no intentar taparlas por otras que culturalmente son más aceptadas. Porque para superar algo doloroso es necesario profundizar en ello, atravesar la oscuridad y tener claro que no saldremos igual que hemos entrado. Porque eso es la vida en toda su profundidad.
De igual manera nuestra cultura nos ha vendido que debemos ser invencibles, que solas podemos, sin hueco para la vulnerabilidad. Esta posición invisibiliza todo el trabajo de cuidados, realizado mayoritariamente por mujeres, pareciendo que no existe, cuando es lo que sostiene todo, incluso el ámbito productivo. Aceptarnos en esta vulnerabilidad nos ayuda no solo en nuestro trabajo personal, sino también en lo colectivo, en la búsqueda de redes, de apoyos, entendiendo que necesitamos a las demás y las demás nos necesitan también.
Y en estos tiempos de coronavirus se hace más importante que nunca hablar de todo ello. Porque aunque cada una estamos intentando vivir esta situación de la mejor manera posible, por supervivencia pura y porque nos gusta sentirnos bien, muchas cosas han entrado en crisis en estos días. Y se trata de una crisis colectiva y de nuestro país. Porque hay personas que llevan semanas, meses, incluso años sumidas en crisis, y países que también llevan demasiados años sumidas en guerras, pandemias, pobreza, de cuyas estrategias de resistencia, solidaridad y apoyo tendríamos seguramente mucho que aprender.
Creíamos que nunca nos iba a pasar. A nuestra sociedad, a nuestro mundo. Y en cuestión de días pasamos a estar encerradas en nuestras casas, con miedo a ir a trabajar y con una gran angustia a que este bicho llegará a nuestra gente querida o a una misma. Sentimos miedo de incluso ir a los centros de salud y hospitales valorando y haciendo balanza de los riesgos que suponía ir o no ir, porque el riesgo al contagio lo ha ido marcando todo, y los datos no son para menos.
¿Pero qué hay de fondo? El primer gran duelo que se me viene a la cabeza tiene que ver con esa exposición colectiva a algo que pone en riesgo nuestra vida y “no poder con ello”, y muy relacionada con la insuficiente respuesta que nuestra maltrecha sanidad está pudiendo dar. No es la primera vez que escuchamos, se lleva años denunciando a través de la lucha por la sanidad pública de calidad y universal, que no estábamos cuidando nuestro sistema sanitario como deberíamos; que se retiraban recursos, se privatizaban servicios, mermando este servicio tan primordial para la vida y la supervivencia. Pero ya sabemos que para el capitalismo y para el patriarcado la vida nunca ha estado en el centro. Soy consciente además de que si no fuera por la profesionalidad y la calidad humana del personal sanitario que tenemos, la realidad actual sería mucho peor. Así que aprovecho este espacio para darles las gracias de corazón, así como a todas las profesionales que desde lugares menos visibles están sosteniendo la emergencia social.
La vida de una persona está llena de duelos, aunque los más visibles, difíciles en muchos casos, sean los provocados por la muerte de personas queridas. Porque en todos los duelos hay pérdidas, pero en la pérdida de un ser querido, duele todo, la vida en su conjunto. Y ahora estamos viviendo muchos duelos: pérdida del encuentro con el otro, económicos, pérdida de trabajo, aislamiento, de libertad, de salud…. Por no hablar de quienes sufren violencias en sus hogares y como este confinamiento les está afectando.
Y en este difícil contexto, ¿Qué pasa con las muertes? La necesidad humana de despedirnos, de lo simbólico, de poder estar acompañadas en los rituales que acompañan la despedida, se ha visto imposibilitada por las medidas de un estado de alarma que dificulta poder atravesar el duelo. Se nos priva del ritual que existe en nuestra cultura para la muerte, además el único colectivo y que nos permitía poder acompañarnos en estos difíciles momentos. Iniciativas como la realizada en Rivas Vaciamadrid del “Servicio de atención psicológica por fallecimiento de familiares a causa del Covid-19” son fundamentales para apoyarnos como sociedad, dotarnos de recursos, de acompañamiento, aunque el contexto sea complicado.
Como decía al inicio, no saldremos igual que hemos entrado de esta crisis, ni a nivel individual, ni como sociedad. Es posible salir de los duelos, de las crisis, habiendo crecido, pero ello requiere mucha reflexión y mucho trabajo. A nivel personal es importante conocer nuestra historia, a nivel comunitario, también lo es. Hay que tener en cuenta cual es nuestro punto de partida, nuestras vulnerabilidades, nuestras responsabilidades, y es fundamental que en el trabajo de resignificación, no dejemos a nadie atrás, nos hagamos cargo de lo que nos está pasando y pongamos en marcha estrategias cuyo objetivo no sea el sálvese quien pueda, sino la solidaridad. Son tiempos de cuidarnos, de apoyarnos, de abrazarnos, quedando menos para que esto pueda ser una realidad en toda su dimensión.
Estamos a tiempo de enfrentar esta crisis de una manera colectiva, audaz y apostando por unos servicios públicos fuertes, para salir de ella siendo una sociedad que por fin empiece a poner LA VIDA en el centro, porque estamos viendo que justamente nos va la vida en ello.
Yasmin Manji.
Psicóloga.