Para la inmensa mayoría de las personas que estén viendo esta imagen, no significará nada. A lo sumo un montón de “rojos” con el puño levantado….
Para la inmensa mayoría de las personas que estén viendo esta imagen, no significará nada. A lo sumo un montón de “rojos” con el puño levantado. Si alguien se para a analizar un poco más la fotografía observará algunos detalles: es la Puerta del Sol según se ve en la inscripción de la esquina de la calle; las caras de esos peligrosos subversivos es de alegría; hay una mujer joven en el centro de la foto rodeada de sus camaradas hombres. ¿Qué celebran? ¿qué edad tendrá esa mujer? ¿Qué estarán cantando o gritando?, ¿qué año será?… un montón de preguntas difíciles de descifrar a simple vista. Alguien se puede animar a jugar a una lluvia de ideas en base a algún detalle más de la fotografía, típica ropa de pana de progre, esas barbas y pelos,… ¿pantalones de campana? Cierto, que pintas, me pregunto que opinarían sus padres y madres en aquellos momentos… parece típica foto de la Transición, aquella de la cual aún sabemos tan poco.
Es abril de 1977, el gobierno del que era secretario general del Movimiento Nacional, acababa de anunciar la Legalización del “Partido”. Sí, en aquella época si se hablaba del “Partido” todo el mundo sabía a que se estaban refiriendo. Eran ilegales, pero contaban con cientos de miles de militantes. Tenían presencia desde el mundo académico y cultural, hasta en la barriada más marginal o el centro de trabajo donde se organizaban aquellas comisiones de obreros que luchaban por mejorar sus condiciones laborales. Pero vayamos unos meses atrás. Sólo tres meses antes, grupos fascistas vinculados al régimen franquista habían asesinado a cinco personas y herido a otras cuatro en la Calle Atocha 55. En aquel portal estaba un bufete de abogados laboralistas que daban cobertura legal a diversos sindicalistas y trabajadoras/es de la época.
Volvamos a la mujer de la foto. Parece joven. Lo era, tiene apenas 23 años. Era militante del “Partido” y trabajaba en la calle Atocha, en uno de aquellos bufetes de abogados que meses antes fueron protagonistas de la historia contemporánea de España. Ella se dedicaba a limpiar en aquellos despachos, y la mañana de aquel atroz atentado fascista pudo comprobar las consecuencias de la violencia del franquismo. Esa mañana tuvo la desgracia de tener que llorar la muerte de sus cinco compañeros, de encontrar sangre por aquellos suelos y paredes que había recorrido en tantas ocasiones, pasillos y habitaciones que en esa ocasión tenían un significado distinto. Nunca sabremos que pensó con exactitud, pero el dolor fue una de las emociones más intensas, tal vez mezcladas con miedo y rabia, y re afirmamiento en sus ideales, o quizás recordó como años antes ella acabó en la cárcel por repartir propaganda del “Partido” por las calles de su barrio. Seguramente pasó por su cabeza todo eso,… y a su vez, con aquel carácter terco que tenía se prometió a sí misma mantener su compromiso contra el fascismo y la monarquía junto a la disciplina militante característica de una organización clandestina. Esa disciplina es la que mostró el conjunto del “Partido” en aquel entierro multitudinario con más de cien mil personas, un entierro en silencio y sin altercados. Aquella joven, muchos años después, siempre recordaba de aquel día no el silencio o la falta de incidentes, sino la fuerza del “Partido”, un partido ilegal, con presos políticos en las cárceles, con muertos aún calientes, pero cuya militancia demostró su disciplina siguiendo las directrices marcadas. El “Partido” era el Partido Comunista de España, del que siempre estuvo orgullosa incluso cuando abandonó sus filas dos años después.
Esa joven de 23 años salió como muestra la foto a las calles de Madrid a celebrar la legalización del PCE hace ya 41 años. En 2015 Izquierda Unida utilizó esa fotografía para conmemorar el 38 aniversario de la legalización, y por pura casualidad su hijo encontró con asombro en las redes sociales esa imagen con un rostro tan familiar. Con dos dedos de la mano seleccionó y amplió la foto en la pantalla de su móvil y pudo corroborar la sensación que había tenido apenas unos segundos antes. Era su madre. Con nerviosismo e ilusión lo mandó al grupo “familia” de una app conocida de mensajería instantánea. Su madre no se lo creía, y cuando habló con ella, se dio cuenta que sintió alegría pero también vergüenza. No vergüenza por arrepentirse de su pasado, vergüenza porque no le gustaba ser el centro de atención, porque jamás le gustó presumir o destacar sobre nadie.
Días después, cuando se vieron en persona pudieron hablar, y su hijo pudo volver a hacer preguntas y recordar historias que hacía tiempo que no hacía. Recordó cuando su madre le contó que estuvo en la cárcel. Él era pequeño, pero recuerda como sus padres hablaban de si debían decírselo, al fin y al cabo su hijo ya estaba leyendo mucho sobre historia, hacía preguntas cada vez más concretas sobre la dictadura, sobre el PCE (había ceniceros, vinilos, libros de la época por su casa, no en sitios destacados, pero siempre manteniendo el recuerdo de forma discreta). Su hijo escuchó de la voz de su madre que había estado en la cárcel, y él le preguntó de forma ingenua si el motivo de la encarcelación era robar, pregunta que provocó una risa en su madre. Ya sentado con ella le contó que no, que había sido detenida por luchar contra la dictadura, en el PCE que era ilegal.
Ya de mayor, y gracias a esa foto volvieron a sacar esa conversación, pero esta vez con mayor profundidad porque su hijo no quería olvidar ningún detalle, tenía la necesidad de recordar cada historia. Habían estado repartiendo propaganda por las calles de su barrio, uno de esos barrios obreros de Madrid, en donde la mayoría de las familias tienen alguna historia triste sobre represión o exilio, alcoholismo, drogadicción en los 80, o migración económica a lugares tan remotos como Australia. Su familia, por desgracia, no era distinta. Ella que era la del medio de cinco hermanos comenzó a militar desde muy joven, ese día que salió a repartir no tendría más de 20 años, alguien en uno de los bares de la calle dio el chivatazo, y “los grises” (Cuerpo de Policía Armada y de Tráfico) salieron detrás de ellas mientras corrían. A su compañera la detuvieron, y tal y como caracterizaba a aquella joven, en lugar de irse, se quedó junto a su amiga encarándose a la policía franquista. El resultado fue tres meses en la cárcel de Yeserías. En aquella cárcel había mayoritariamente militantes del PCE, pero convivían de forma fraternal con mujeres de otras muchas organizaciones políticas. Esta joven militante ya era tía, y su hermana mayor acudía a verla tras las rejas, junto a unos sobrinos que por su corta edad no debían imaginar a donde iban realmente. Esos sobrinos aún tienen guardadas las carteras y muñecos que les hacía su tía en la cárcel. También recuerdan como años después su tía y su tío (que estaba en las CCOO), les llevaban a la Fiesta del PCE a hombros y les animaban a levantar el puño.
En 1979, dos años después de aquella foto, abandonó el PCE. No fue la única, en aquel año el PCE pasó de 200.000 a 170.000 militantes. Hacía un año que el PCE había abandonado el leninismo, acabó con las células y paso a una estructura territorial enfocada a la pelea electoral. Esa joven comunista jamás le gusto la deriva electoralista, o que el “Partido” asumiera la bandera monárquica. Sin embargo jamás dejó de votar PCE, y nunca dejó de estar orgullosa de su Partido.
Casi 40 años después, su Partido recupera el leninismo, aprueba un modelo celular de organización, y respetando la lucha de cientos de miles de militantes durante la dictadura declaró que era necesario iniciar un nuevo proceso constituyente en España.
La vida está llena de casualidades, o quizás es el subconsciente que trabaja de manera imparable provocando algunas realidades. Situaciones de las que sólo consigues ser consciente al cabo del paso del tiempo.
Por ejemplo, en enero 2008 esa ex militante conoció a la pareja de su hijo mayor, justamente en un acto de homenaje a sus ex compañeros los Abogados de Atocha en Rivas Vaciamadrid, su ciudad de residencia. Años después esa chica joven que conoció en aquel acto, ejerció casualmente de psicóloga en el Centro de Inserción Social Victoria Kent de Madrid, antes llamado cárcel de Yeserías. O como en 2015 vio con sus ojos como una compañera del bufete donde trabajó fue candidata a la alcaldía de Madrid, y después de ser primero abogada laboralista y después jueza, acabó siendo alcaldesa. Este último hecho le permitió recordar como su ex compañera cada vez que le veía con su pareja, le decía que iban a tener unos hijos muy guapos (ellos lo eran, y al menos la hija que tuvieron lo es también). Casualidades o no, importantes o no, son pequeñas historias que merecen no ser olvidadas.
Son muchas historias, algunas no dan tiempo ni a nombrarlas, son recuerdos de la lucha clandestina, la mayoría recuerdos felices (incluso cuando hablaba de la cárcel), de otras no hablaba tanto y es a través de su familia que sabemos que se marchó de su casa porque la lucha también suponía discusiones. Era de una familia de izquierdas, obrera, sus mayores vivieron las consecuencias de la resistencia durante la guerra en el Madrid del “No Pasarán” o de la posguerra, ese Madrid en donde el hambre abundaba. Pero también era ese país donde existía el miedo, donde las familias discutían cuando descubrían a su hija propaganda comunista escondida en un altillo de la casa, a pesar de que en casi cada portal del barrio había alguien de ese Partido.
Ese Partido en el cual militó, por el cual fue a la cárcel, por el que se marchó de casa muy joven, con el que se desilusionó aunque jamás renegara de él, fue el que le permitió de forma indirecta cumplir uno de sus grandes sueños. En 2007 dos jóvenes que vivían en dos ciudades lejanas (Rivas y Barcelona) se conocieron a miles de kilómetros de España, en Cuba, gracias a una brigada de solidaridad organizada por el Partido. Esos dos jóvenes hicieron la presentación ante los padres de él en un acto de Homenaje a los Abogados de Atocha en 2008 en Covibar (Rivas). Pero no fue hasta 2018 cuando se cumplió ese sueño; esos jóvenes comunistas la hicieron abuela de una preciosa niña llamada Irati (quizás sea, quien sabe, la tercera generación de militantes comunistas). La cual no sólo tiene los ojitos tan característicos de su familia, sino que además deja entrever el mismo carácter que tenía esa joven militante del PCE que no sabía que iba a ser protagonista de una fotografía en 2015, la cual sería utilizada por su hijo para escribir esta historia a los pocos días de fallecer por una terrible enfermedad con la que cargó durante casi cinco años. A pesar de que los médicos tenían un pronóstico mucho menor, pudo conocer a su nieta. Fue su última batalla, luchadora como era ella, esquivando la muerte para poder cumplir uno de sus sueños. O eso quiero pensar yo. Entenderéis que no es una foto cualquiera para mí. Es la foto de mi madre, de Mercedes Fernández González. Luchadora comunista incluso cuando no tenía carnet.
Raúl Martínez Fernández. Miembro del PCE de Rivas Vaciamadrid